martes, 12 de abril de 2016

La Comunión



En la penumbra, una precaria luz me guía hasta las regaderas. Abro el grifo en medio del sauna y el agua fresca se siente helada sobre mi piel.

Una larga gota se abre camino por mi nuca. Baja por la espalda y lame entre mis nalgas, justo donde minutos antes un negro de la costa exorcizaba sus demonios.

Lo acabo de conocer en medio del vapor. Treinta minutos atrás, se me acerca al oído y me dice: "Voltéate".

Un poco de saliva intenta aliviar el inicio de esta comunión pero no funciona. Es como si un puño intentara hacerse espacio entre mis nalgas.

Ahogo mis gritos en la pequeñísima toalla que nos dan en la entrada. A cada embestida, el dolor se hace insoportable y me gusta.

Otros cuerpos anónimos se acercan. Un hombre de barba me muerde los labios, mientras otro se arrodilla frente a mí como si rezara.

Manos sin rostro me tocan. El de la barba me lame las tetillas, las muerde, las lacera. Me arden como si sangraran. Las mordidas en mi pecho me transforman. Floto. Las piernas me fallan y siento que caigo, me desvanezco, pero me sostengo gracias a la voluntad y brazos de los presentes. Tomen y coman todos de él. Éste es mi cuerpo que será disfrutado por ustedes.

La furia del negro aumenta. Adoro su fervor y su fe. Me toma de los hombros y ensaliva mi oreja mientras me dice al oído bendiciones.

Siento ráfagas, escalofríos. Mi piel se eriza, los brazos, mi entrepierna, los pies... todo se eriza.

El negro anuncia su consagración y yo siento la mía. El milagro se acerca. Intento avisarle al que reza arrodillado frente a mí, pero él insiste en terminar su plegaria. "Señor no soy digno de que entres en mi boca..."

El negro muere y resucita dentro de mí. Siento su cálido gozo. Otros alrededor nos bañan con su gracia. El hombre de la barba la lame de mi cuerpo. Todavía tibia, me da a probar un poco de su boca.

Amarga y salada. Entrégate a tu prójimo como deberías entregarte a ti mismo. De puta a santa, como María Magdalena.

A medida que se alejan, lo recuerdo. Recuerdo mis votos, el accidente. Recuerdo que también me gustan las mujeres. Quien esté libre de pecado que tire… que tire mucho. Me puedo ir en paz.

Jorge González Durand

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